Íñigo Moreno Blanco nació en Sevilla, donde reside, a finales del año 58. Es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. A un lado y otro de la noticia, ejerció la profesión durante más de una década en gabinetes de comunicación, radio y prensa escrita; después, dirigió un negocio familiar durante casi veinte años. Al margen de su actividad laboral, se dedica a la fotografía de vocación callejera. Es autor de la novela Una pareja peregrina o Los nuevos trabajos de Persiles y Sigismunda (Sevilla, 2008). En su utopía, y por boca de Sócrates, Platón inquiere la posibilidad de que algo esté, a un mismo tiempo, quieto y moviéndose. Para darse respuesta a sí mismo y a sus interlocutores, recurre al ejemplo de los trompos, que "están al mismo tiempo detenidos y en movimiento, cuando permanecen fijados por la púa en el mismo punto, sobre la cual giran". El autor del presente volumen afirma que, para referirnos al decurso de nuestra historia, también debemos emplear la alegoría platónica: "pues, mientras el mundo da vueltas a una velocidad vertiginosa en su superficie, el eje de rotación, en fin, "el meollo", permanece eternamente inamovible". Los Caracteres de Tírtamo de Éreso (Lesbos), conocido por Teofrasto, son los ilustres antecesores de los sesenta textos que ahora tienen ustedes en sus manos, en los que abunda la ironía y se despacha a ratos el vitriolo, aunque nunca se desdibuja por completo la piedad que despiertan los felinos que han tomado nuestra representación en este teatrillo. Los personajes y sus caracteres o pasiones dominantes, vienen a ser prácticamente los mismos de la antigüedad. La avaricia, la hipocresía, la insatisfacción o la vagancia aparecen en la zarabanda de nuestra desasosegada época con idéntico sentido y vigencia que lo fueran cuatro siglos antes de Cristo para el condiscípulo de Aristóteles. Y así se encaja a fuerza de ironía, que viene a ser a la postre un "reír por no llorar". Parece que, con un alcance mayor, más íntimo del que tuviera en su enunciado, podemos reconocer el acierto pleno de la aseveración de Lampedusa: en efecto, todo ha cambiado para que todo siga igual.