La disciplina augural gozaba en Roma de un enorme prestigio gracias, sobre todo, a su especial vinculación con Júpiter. Es él quien se sirve de las aves -a las que Cicerón (de div. II, 34) denominaba internuntiae Iovis- para dar a conocer su voluntad. Sin embargo, desde finales de la segunda guerra púnica y sobre todo ya durante las guerras civiles del siglo I a.C., con la transformación o decadencia de la ciencia augural, se produce una importante novedad: las aves irrumpen en el ámbito del prodigio (omina, ostenta, prodigia) dando señales particularmente a los jefes del ejército o a los magistrados supremos. Sus apariciones, no solicitadas por el hombre, serán interpretadas por los augures (que los consideran auspicia oblativa) y por los arúspices (para quienes se trata de prodigia) aunque los signos son muchas veces tan claros que no necesitarán la intervención de los sacerdotes. Las aves irrumpen en las grandes batallas de este período, como la batalla de Munda, Filipos o Actium, anuncian las muertes de personajes como César, Cicerón o Agripa o se decantan por un bando en la lucha política. Augusto se servirá de las aves -desde, al menos, el año 43 hasta su muerte- para consolidar sus aspiraciones políticas y militares y combatir a sus enemigos recurriendo en particular al águila con un doble fin: su progresiva identificación con Júpiter y su uso como -ave dinástica- vinculada a algunos miembros de la familia imperial como Druso o Tiberio..En la segunda parte se analizan, además de la exhibición de aves en la ciudad y el campo, sobre todo, los aspectos religiosos vinculados a las aves en la Roma de Augusto: el problema de su consumo, el sacrificio de las aves y su inclusión en las prácticas mágicas.