A su quehacer poético y ensayístico, Eugenio Montejo agregó el cultivo de lo que llamó escritura oblicua, una versión muy personal y confrecuencia lúdica de la heteronimia. En la tradición de Larbaud,Pessoa y Machado, la oblicuidad concibe nuestra esfera subjetiva comolaberinto. Alrededor de Blas Coll, tipógrafo de Puerto Malo,excéntrico maestro obsesionado con el lenguaje, se organiza la laborde los colígrafos: Sergio Sandoval, autor de coplas populares, TomásLinden, sonetista que viene de regreso de toda inquietudmodernizadora, Eduardo Polo, a quien debemos una mercurial poesíainfantil, Lino Cervantes, concentrado en experimentos como elcoligrama, y Lucian Vacaresco, dramaturgo de aparición póstuma, cuyodrama El ángel aquí se edita por primera vez, junto con nuevosmateriales de los otros heterónimos.En los fragmentos de El cuaderno de Blas Coll se conjugan el ensayo yla ficción. En su estela, valiéndose de la lírica, el cuento o elteatro, los colígrafos tantearán rutas expresivas que la contención yel estricto equilibrio del Montejo ortónimo solían evitar. Coll y cada uno de sus discípulos suponen instantes de liberación, expedicioneshacia posibilidades estéticas a las cuales se concede espacio en unacosmovisión siempre heterodoxa, plural.Desde 1999 Pre-Textos ha incluido en su catálogo varios títulos deMontejo. Ahora, de manera sistemática, recoge su poesía (vol. I), susensayos (vol. II) y su escritura heteronímica (vol. III). El acopio de trabajos dispersos hasta el momento, así como inéditos que el autorhabía dispuesto para su publicación, hacen de esta Obra completa undocumento insustituible.