El reinado de Urraca solo puede ser considerado una excepción histórica, que bien podría pasarse por alto en las crónicas o despacharla en unas pocas líneas. Más de una vez lo dije a los arzobispos de Toledo y Compostela, y a vos mismo: Urraca era una serpiente. Y aunque hubiera pensadores que creyesen que las serpientes pueden ser protectoras de la vida y de los bienes superiores, permitidme, bendito señor abad de Cluni, que recuerde cómo las serpientes fueron en el desierto fuerzas destructoras que atormentaron a todos los que habían logrado atravesar el mar Rojo y abandonar Egipto. Urraca fue como Eva, la materia que sedujo a la fuerza y llevó al hombre a la perdición. La mujer es genio maléfico, principio del mal y animal voluble, sin facultades para el buen gobierno. Y, como vos bien sabéis, ya los griegos en la Ilíada la representan herida entre las garras de un águila, como emblema del triunfo del orden masculino y patriarcal ario sobre el principio femenino y matriarcal de Asia.