«Yo, que amo el refrito —escribiría Mihura—, he publicado en "La Codorniz" muchos chistes y artículos que había publicado hace quince años en "Gutiérrez"». Úsese este libro como lo que es: un repaso por su obra gráfica y periodística, que permite vislumbrar los estratos y materiales del humor que edificó su estilo. El lector tiene ante sí un singular museo de curiosidades: un leopardo aficionado a la música descriptiva, un cocinero de ocasos, una vieja a la que se le habían muerto todos los dientes, una lágrima que cae bajo las ruedas de un vagón y la destroza, un paisaje de arrugas muertas a planchazos, una nariz desagradecida que puede competir con la de Gógol… Estupenda la «Sección dedicada a explicar bien cómo son» determinadas cosas: por ejemplo, «el metro», que casi es una historia de cronopios, o «la hormiga», cuyo principio recuerda «La esfinge» de Poe. Y las ingeniosas dilogías. Es conocida aquella de Jardiel: «Pasaron cinco minutos y dos aeroplanos». Mihura escribe: «Después de hacerme esta reflexión y un siete en la americana…».