El consumo mundial de energía ha crecido mucho en el último tercio del siglo XX. La extensión del uso del automóvil, la demanda de bienes intensivos en energía, y el desarrollo de los servicios, son causas de este fenómeno. Además, el crecimiento económico, necesario para la mayoría de las áreas geográficas del mundo, llevará a un incremento de la demanda energética. Esto incidirá de forma negativa en la evolución del cambio climático, con sus secuelas de desastres y migraciones. Dos tercios de la energía primaria que consumimos proviene de los hidrocarburos: petróleo y gas natural, cuyas reservas son limitadas y, aunque estas se incrementen, se prevé que a mediados de este siglo, el volumen de extracción de hidrocarburos comience a decrecer, con el consiguiente enrarecimiento de su mercado. Las reservas disponibles se concentrarán en países del mundo islámico, con quien hemos de aprender a dialogar. El sector energético precisa inversiones muy elevadas para su instalación y funcionamiento; a escala mundial supone el 3% del Producto Global Bruto, y muchos países no pueden atender la parte que en teoría les corresponde. Unos 2.000 millones de personas no tienen conexión a las redes de electricidad, tampoco acceden a otros servicios necesarios. Los cambios tecnológicos en el sistema energético, mayor presencia de las EE.RR, llevarán consigo el aumento de esa inversión, tanto en I+D como en creación de infraestructuras. Nos encontramos pues ante factores de insostenibilidad, que afectarán más a los países menos desarrollados. Estados Unidos y la Unión Europea, aumentan progresivamente su dependencia energética del exterior; las actuaciones económicas y tecnológicas de estos países pueden ayudar a sustentar la estructura social y energética del mundo, pero deben comenzar ya, es necesario un cambio de modelo de comportamiento energético.