Que si el Rey bebe demasiado, o es demasiado abstemio. Que si el Rey debería abdicar ya, o mejor que no lo haga... (¡Para lo que ha de venir!). Que si el Rey duerme con su mujer, o lo hace en demasiadas ocasiones con la debida suplente. Que si el Rey tiene demasiados negocios, o es que destaca por su vagancia y lo deja todo en manos del valido de turno. Que si el Rey no debería ir tanto de cacería (¡Después vienen las malas y funestas caídas!). Que si el Rey hace demasiadas escapaditas sin la debida protección para sus efervescentes, eléctricas y cada vez más secretas travesuras. Que si el Rey se lleva bien, mal o regular con su reina, sus infantas, con sus consortes. Que si el Rey no se cuida, que si es coqueto hasta el hartazgo. Que si tiene demasiadas amigas de la farándula, o le gusta la otra acera. Que si el Rey no vocaliza, es torpe cuando habla, o se le va la fuerza por la boca en ocasiones. Que si es el Rey es demasiado jovial, o es un estirado. Que si el Rey... etcétera, etcétera. Todo esto podría decirse de cada una de las cabezas de las distintas monarquías hispánicas, casi en cualquier momento histórico, desde el godo Sigerico hasta el último Borbón. Este recorrido por la galería de lo que su autor denomina "la golfemia regia" nos deja una guía de descarriados que demuestra, entre otras cosas, cómo parece inherente a la figura del monarca el devaneo con todas, absolutamente todas, las artes y las costumbres de la auténtica vida real. Medrano, valiéndose del anacronismo como "motor inmóvil", del ensayo-collage como marco general para el conjunto, y de una auténtica investigación de perfiles o ramalazos psicológicos y no tanto de hechos (como prescribió Marcuse que habría de ser el ensayo del futuro siglo) erige una primera entrega de lo que él denomina "historia-punk". Otra forma de ver la historia, marcada por la ironía, el humor, el escepticismo y la erudición tan copiosa como musicalmente tratada. No apto para sensibles cuanto para completos caníbales de la cultura y la vida: ambas sitas en la misma frontera del extravío, ambas igualmente vituperables o humanizadoras.