Un hombre entra en un supermercado en el interior de un gran centro comercial de una ciudad francesa, roba una lata de cerveza y es detenido por cuatro empleados de seguridad que lo arrastran hasta el almacén y lo matan de una paliza. Este sucinto hecho de la página de sucesos es narrado por Mauvignier en una única frase, un flujo de palabras ininterrumpido, con una tensión que llega casi hasta el espasmo, para relatar esa media hora en que acaba de forma insensata una vida, para hacer el relato minucioso de una muerte absurda, para no olvidar, para hacer que nos indignemos. Dirige así su prístina mirada hacia un universo de «humildes» al que una escritura rigurosa acoge sin un ápice de retórica, sin sombra alguna de artimaña. Resulta raro, hoy, frente al triunfo de fórmulas narrativas en las que la realidad se convierte en un reality, un estilo tan impecablemente moral, una prosa tan púdica y auténtica. «Mauvignier sabe dar una voz, una auténtica voz, a sus narradores -cuya extracción social suele privarlos de ella. Aquí, nos deja escuchar una frase, una única frase, dirigida por quién sabe quién al hermano de la víctima» (Jean-Baptiste Harang, Le Magazine Littéraire). «Hace falta algo más que talento para atraparnos, arrastrarnos y soltarnos de golpe sólo al llegar a la última palabra. Es breve, pero tan tenso que resulta suficiente. No se trata de una investigación, sino de un gesto de repulsión sublimado por la escritura. Mauvignier no denuncia a nadie, pero su relato es el más terrible de los actos de acusación» (Pierre Assouline, La république des livres). «Estremecedor, una implacable obra de arte sobre el cinismo y la violencia radicados en el seno de toda desmemoria social, en la ocultación sistemática de una verdad profunda, la de la dignidad humana» (Andrea Bajani, Il Sole 24 Ore). «Como en un ejercicio de estilo de Queneau, la concisa prosa de los periódicos se expande en un relato que posee el furor de la invectiva y, a la vez, la dilatación de los infinitos instantes que transforman la jornada habitual de un hombre, por un gesto casi infantil, en el día de su condena a muerte» (Martina Cardelli, Il Fatto Quotidiano).