Posiblemente fue el Homo habilis el primer ser que podemos considerar humano, es decir, nuestro antepasado más lejano que tuvo conciencia de sí mismo y de sus limitaciones en el entorno, pero era inteligente para idear formas de compensar sus carencias, y esa inteligencia lo llevó a dejar de temer el fuego y utilizarlo para hacer frente a las alimañas cuando lo encontraba en incendios casuales (aún tardaría miles de años en saber encenderlo); para ello, mantenía encendida una hoguera a la entrada de la cueva en la que se refugiaba. Mayor problema eran las tormentas, con rayos y truenos que lo intimidaban incluso aguaceros que apagaban su fuego protector y lo dejaban indefenso; eran meteoros que venían del cielo, lanzados desde allí por alguien muy poderoso y muy enojado, del cual no sabía cómo protegerse. La única forma de aplacar ese enfado, pensaron algunos, era con ofrendas de comida, el bien más preciado; mataban un animal y lo ponían sobre el fuego para que el olor de su carne subiera hasta los dominios de aquel ser, y éste cesara en su enojo ante el ofrecimiento recibido si era de su agrado. Habían nacido los poderosos dioses del cielo, y el culto a los mismos por parte de los débiles humanos de la tierra; también aparecieron los intermediarios entre el cielo y la tierra, que en adelante se ocuparían de dirigir y controlar estas relaciones. En resumen, éste pudo ser el origen de la Religión. El desarrollo de la misma a lo largo de los siglos, lo encontrará en estas páginas.