Voy por el mundo de las artes plásticas como voy por el mundo: de polizón. Me he colado por la puerta de atrás, he trepado por la maroma que amarra el barco en la rada. No tengo pasaje, ni planes de tenerlo. Tampoco tendría con qué comprar mi billete. Andar de clandestino supone hacer de los inconvenientes privilegios. Las cosas duran lo que duran: hasta que a uno lo desenmascaran y lo echan a patadas por la borda. Pero mientras tanto se goza de una completa libertad y de la satisfacción de hacer lo que a uno le viene en gana. Para quien se ha colado de rondón, lo que se viaja, por corto que sea el trayecto, siempre representa un regalo.
El ánimo del polizón, más que el de llegar a algún lugar concreto, se cifra en no permanecer más de la cuenta en ningún concreto lugar. Lo mueve la inquietud, la curiosidad, un impertinente espíritu de chismoso. Andar y ver, dijo un poeta en prosa. Navegar y contar. El polizón se siente a su anchas cuando escribe sobre lo que se le ocurre. Su lujo consiste en hablar de aquello que admira, de lo que le gusta entre las mil cosas que observa.
Carlos Marzal nació en Valencia, en 1961, y se licenció en Filología Hispánica por la universidad de esa ciudad. Publicó su primer libro de poemas, El último de la fiesta, en 1987, y cuatro años más tarde, en 1991, La vida de frontera. Después vendrían los poemarios Bajar cubierta para prensa