Escasísimas son las páginas humorísticas de Azorín. El gran prosistade Monóvar, en su delicada precisión, en su afecto delicuescente porlo menudo, en su escrupulosa hiperestesia, fue ante todo unretratista de paisajes y de ámbitos teñidos siempre de una atemperada cuanto honda nostalgia, y no obstante, nos legó esta curiosa farsatitulada El chirrión de los políticos. Se trata, como nos indica en su magnífico prólogo el profesor Ródenas de Moya, de una sátira dondeevidencia todo el pudridero en que había acabado la política de larestauración alfonsina. Y, sin embargo, por lejana que pueda sonarnosesta etapa histórica, en esta denuncia sarcástica de Azorínreconocemos ce por be los mismos chirriantes y perniciosos excesos que tanto nos irritan del actual ejercicio de la política. Este detalle, en absoluto menor porque, mientras nos suscita una lacónica y, hastacierto punto, descorazonadora reflexión, dota, ante todo, a estetítulo de una inesperada y sabrosa vigencia.