Jugaron al mus. Bebieron alcohol destilado. Procrearon en su mocedad, cuando los jugos gástricos de sus aprensiones segregaban de otra manera más desinhibida, y cuando los colores podían influir en el estado de ánimo. Cuatro viejas lúcidas dejaron de cloquear en sus respectivas casas para intentar cambiar el mundo, que no tiene edad. Quemaron las cartas. Vaciaron las botellas. Decidieron unirse en una banda: El clan de las viejas marías, la mafia a la que siempre le han querido hincar el diente. "Vamos a cambiar el mundo, vamos a borrar de la faz de la Tierra a los indeseables", se prometen, y se unen en secreto, se arman en secreto, aprenden a matar en secreto y, en secreto, se hacen dueñas del barrio en el que han vivido las estaciones hibernales y se han regocijado con sus amigos. El clan de las viejas marías es una obra en la flor de su juventud, una revolución pendiente, en la senda cantada por Jerry Rubin en Do it! Ellas pasaron a la acción, y con la adrenalina de sus golpes se acabaron sus achaques.