En la nueva encrucijada de la historia que trae el comienzo del III Mileno de permanencia de la Iglesia en el mundo; con la ilusión y esperanza a que invita el Papa Juan Pablo II en su recordada encíclica «Tertio millennio adveniente», con motivo de tan importante acontecimiento, es grato y puede ser interesante asomarse al pasado de la historia de la Iglesia en España, para aprender de ella y buscar nuevos motivos que nos alumbren y den fuerza para el porvenir. En la reflexión histórica que presentamos no queremos ocultar nada, ni enfatizar interesadamente lo que a tal o cual grupo pueda convenir. La historia, decían los antiguos, es «maestra de la vida», y su magisterio ha de fundamentarse en la verdad y en el equilibrio, «sin atreverse ―como observa el mismo Cicerón― a decir lo falso ni a dejar de decir lo verdadero»; en caso contrario, no sería verdadera historia. Puede que a nosotros nos venga bien asomarnos al pasado, que sigue siendo presente, de la Iglesia en España. No deja de ser nuestra propia historia, como un misterio o una especie de sacramento en continuo y permanente desarrollo. «El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos, está presente en esta evolución» (CONCILIO VATICANO II, «Gaudium et spes», 26).