Hay fechas en la Historia en las que los acontecimientos se aceleran, momentos que recogen la trayectoria de las décadas pasadas para convertirse en su epítome a la vez que aportan las grandes líneas directrices del futuro inmediato. El año de 1989 es, sin duda, una de estas fechas: en Paraguay, la eterna dictadura de Stroessner llegaba a su fin, mientras que unos kilómetros más al Oeste, en Chile, la oposición democrática vencía en las elecciones libres a una dictadura no menos emblemática, la de Augusto Pinochet. En Asia, el régimen de los ayatolás enterraba aquel año a su líder, Jomeini; por su parte, el gigante chino, todavía subestimado económica y políticamente, ofrecía su lado más oscuro en la matanza de estudiantes de Tiananmen, mientras en el continente africano los rescoldos del largo y penoso proceso de descolonización ardían todavía en Namibia: el antiguo territorio de África del Sudoeste era abandonado por las fuerzas militares del régimen racista de Pretoria, que al año siguiente, obligado por la presión internacional, liberaría de la prisión a Nelson Mandela, uno de los grandes iconos del siglo que se cerraba. Pero fue sobre todo la caída del Muro de Berlín en noviembre lo que, simbólicamente, inició el final de los regímenes comunistas de Europa central y oriental y abrió las puertas a la desintegración de la Unión Soviética dos años más tarde. El fin del orden internacional consagrado en Yalta cincuenta años atrás daba paso a una nueva realidad, más abierta -también más confusa-, donde la indiscutible primacía norteamericana debería conjugarse con una serie de potencias emergentes. Apenas pasadas dos décadas desde aquel año que cambió el mundo, esta magnífica monografía analiza cómo lo sucedido entonces dio origen al nacimiento de un nuevo orden internacional.