La imperfección, la carencia, el no tenerlo todo, es inherente al ser humano porque nadie es perfecto. Todos necesitamos ser reconocidos como personas valiosas y merecedoras de afecto para sentirnos bien y enfrentar con éxito las adversidades. Sin embargo, en una sociedad competitiva como la nuestra, la discapacidad tiene un valor peyorativo, invalidante y de exclusión a veces incluso más discapacitante que la propia discapacidad.
Kiko carece de ladrido, y eso, en el mundo de los perros, le crea muchas dificultades, por lo que siempre está triste y acomplejado. En cambio, junto a Marta, descubre unas cualidades que desconocía poseer y no sólo logra su aprecio, sino también el de sus vecinos.
Kiko, el perro que no podía ladrar está dedicado a todos los niños y las niñas que a pesar de su discapacidad luchan por salir adelante. Es también un reconocimiento a todos los adultos que, gracias a su empatía y altruismo, lo hacen posible.
Y es, además, una invitación para crear entre todos un ambiente que promueva su desarrollo y bienestar.