"A su lado, la arquilla marrón de madera cuarteada que contenía la comida para su tío. Su tío no trabajaba dentro de la mina y eso le concedía ciertos privilegios; como, en apariencia, no convivir tan de cerca con la muerte dulce o no tener que cargar con el grasiento bocadillo envuelto en papel de estraza, ya que hasta allí no llegaban los periódicos; quizá por aquel entonces no existían los periódicos. Y detrás de él, la madre, hermosa como una Ava Gadner que protagonizara una inolvidable película en blanco y negro. Aunque él no la mirase en ese instante, su madre, ojo avizor para que el niño no se acercase a la vía. El tren era lento, peo podía llegar de improviso, en un descuido, y si no paraba, si le daba por no parar a recoger la arquilla, si decidía borrar de un plumazo todos los privilegios de aquella extraña clase de mineros que sólo entraban en la mina en situaciones excepcionales pero se sabían de memoria cada uno de sus rincones, incluso aquellos donde el grisú, el gas asesino, explotaba sin previo aviso, el grito sería desgarrador, la montaña se vendría abajo y ya sólo quedaría el cielo, azul, refulgente, desnudo como un recién nacido." Los relatos de Loureiro forman un puzle compacto, tanto en argumento como en intención. Cada pieza indaga, siguiendo un único hilo conductor, en la memoria, la infancia e, inexorablemente, en esas raíces que surgen de la tierra para atrapar al que quiere huir. En la cuenca minera donde nació, un valle al pie de los Picos de Europa, esas raíces están tiznadas de carbón y teñidas de la sangre de los mineros que quedaron atrapados en las entrañas de la tierra. El acecho de la serpiente (la enfermedad), el monstruo que te devora (la muerte), la sirena que anuncia la fatalidad, el gas dulce, el miedo, pueblan estos relatos y contrastan con un cielo limpio que a veces no se dejaba ver. Loureiro siempre dice que vivió una infancia en blanco y negro, nieve y carbón. Pero al fin se ha dado cuenta de que también había un paisaje exuberante que se elevaba hacia el cielo y que éste era y es azul como un sueño lleno de felices presagios. Son ese sueño y ese cielo, convertidos en palabras, los que quiere compartir con todos aquellos que ya lo han conquistado y con los que, aún despiertos, se encargan de recordarle a qué lugar pertenece.