Los trabajos reunidos en la colección HISTORIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES tienen un protagonista: las masas. El análisis de los movimientos sociales ha impulsado el desarrollo de una disciplina -la historia social- ritualmente invocada, a partir de 1930, como parte de la ""historia económica y social"". Esta rama histórica se ha convertido en campo privilegiado de convergencia de la antropología, la sociología y la historia. Su metodología ofrece la variedad y amplitud propias de una disciplina en rápida gestación, nutrida por polémicas fructíferas. La historia de los movimientos sociales castellanos en la Edad Moderna es hasta el presente tan desconocida, que a menudo se llega a negar incluso su existencia. La obra de Pedro L. Lorenzo saca a la luz un volumen importante de revueltas populares en estos siglos, demostrando que la calma social castellana era sólo aparente. Las frecuentes revueltas contra el régimen señorial, las oligarquías municipales, la nobleza o la lucha contra la corrupción, entre otros tipos de conflictos, nos muestran un ambiente político y social inestable y, en determinadas coyunturas, sumamente crispado. Enmarcándola en una reconstrucción empírica rigurosa, el autor elabora una teoría general sobre los movimientos sociales, en la línea de la teoría política del conflicto, en la que las movilizaciones populares, incluso las menos elaboradas en apariencia, no son explosiones de cólera provocadas por siglos, años o meses de miseria y sufrimiento, ni mucho menos obra de agitadores o de gentes desesperadas que no encontraban otra forma de hacer públicas sus quejas. La rebeldía no era fruto de la miseria, ésta sólo conduce al miedo, al fatalismo y a la su- misión. La rebelión precisa ideas políticas y crispación psicológica que creen un estado de opinión propicio; necesita cauces institucionalizados o, cuando menos, reconocidos como legítimos, que permitan la organización de los descontentos; también un mínimo de solidez económica entre los participantes; y sobre todo, es imprescindible la confianza en el éxito, cierto grado de solidaridad interna en el grupo y la certeza de que tanto los fines como los medios a emplear son moralmente legítimos y estratégicamente realistas.