¿Es el olvido un requisito de la reconciliación, es acaso necesario olvidar para formar una nación unida? Nuestra época da, al parecer, una respuesta contundente, haciendo de la memoria el antídoto del mal: ""conocer la historia para no repetirla"", se dice, y se imputa al olvido las nuevas manifestaciones de la maldad humana. Sin embargo, en el año 403 antes de nuestra era el olvido fue la base de la estrategia ateniense orientada a restablecer la unidad de la ciudad. Atenas -ciudad política por excelencia, allí donde la política ""fue inventada""- eligió el olvido al término de una guerra civil que permitió a los demócratas retomar el poder, e hizo jurar a los ciudadanos que ""no recordarían los males del pasado"", que nadie volvería sobre el pasado, ni recordaría a los muertos ni las violencias de la guerra. Es ese momento y esa circunstancia lo que está en el centro de la interrogación de Nicole Loraux en esta obra: ¿es necesario olvidar para reconciliarse y formar una nación unida? ¿Cuál es el buen uso de la memoria? ¿Qué era lo que realmente querían olvidar los atenienses? ¿De qué modo este conflicto entre memoria y recuerdo es central en la democracia? Al decretar la necesidad del olvido, los atenienses, sugiere Loraux, no quisieron hacer tabla rasa sino, antes bien, lanzaron negativamente una invitación al recuerdo: los conflictos pasados, objeto de una especie de tabú, promovieron el vínculo entre los ciudadanos. ¿Se debe entonces fingir el olvido para hacer un buen uso de la memoria? Dicho de otro modo: ¿sería el tabú más eficaz que la conmemoración oficial?