Cuando pensamos o discutimos acerca de la educación tendemos a situarnos en un marco de referencia desde el cual solemos dar por sentado que educar es transmitir o incitar aprendizajes de muy diversas asignaturas o contenidos, enriquecerse personalmente con la cultura, adquirir hábitos de trabajo o determinadas habilidades o capacidades. Al considerar a la institución escolar como el lugar en el que se desarrolla por antonomasia la educación, pensamos en ella como un lugar donde se realiza la inmersión cultural o el despliegue de la inteligencia, y que son ésas las funciones a las que, básicamente, dedica su tiempo. Una mirada más amplia acerca de la educación no puede dejar de reconocer que la dimensión emocional de las personas es un aspecto muy importante de sus vidas, que el bienestar en lo afectivo es trascendental para su felicidad, para las actitudes hacia los otros y hacia sí mismo. Desde esta mirada, no frecuente, sobre los sujetos y la educación, la institución escolar es un espacio social donde se expresan y desarrollan sentimientos, emociones y formas de querer y de estar con los demás. Si comprendemos ese mundo de lo inefable, será más fácil tomar en consideración la necesidad de orientar las intervenciones de los educadores para crear un clima en el que los menores adquieran competencias que favorezcan su bienestar. En esta obra, Félix LÓPEZ aviva la sensibilidad hacia esta vieja y olvidada tradición de la educación sentimental, bajo la cual se enseñe a aprender a vivir bien y no sólo a conocer, trabajar y competir en el sistema de producción.