Nos enseña Juan Larrea en este libro que Vallejo tenía un concepto vital del fenómeno poético, de manera que tanto su existencia como su poesía sólo son partes de su ser vivo, a la vez que éste asume significados universales. Su caso es por ello diferente de otros casos. ¿Cómo separar en él la vida de la poesía cuando precisamente su unificación es lo trascendental que trae Vallejo de nuevo? Entiende además que ésta su novedad es la correspondiente a una situación de Nuevo Mundo, de América distinta, en la que no cabe establecer separación entre vida y poesía, entendida esta última en sus completos alcances. Este modo de ser y de concebir la poesía de Vallejo no lo ha comprendido la mayoría de las personas. De otro lado, tampoco parece que hayan tomado en cuenta que Vallejo se ha servido de las cosas que pudiérarmos llamar accidentales para hacer patente su hallarse más allá de ellas, dando así paso a lo esencial. Nunca pudo complacerse ni se detuvo en la búsqueda deliberada de un lenguaje distinto, como lo viene intentando hacer sobre todo la poesía francesa desde hace años. Vallejo experimentó la necesidad de singularizarse viviendo su vida, es decir, su poesía propia e inventó su manera natural de expresarse. Pero carecía lo mismo de interés que de condiciones para reflexionar en forma organizada acerca de sus técnicas. En una palabra, jamás se prestó a hacer literatura en poesía, razón de sus largos años de silencio. La obra de Juan Larrea (Bilbao, 1895-Córdoba, Argentina, 1980) es la historia de una aventura espiritual e intelectual tan extraordinaria como extravertida.