Tradicionalmente, la Ilustración es percibida como un movimiento con personalidad propia y con la suficiente fuerza como para constituir el germen intelectual de las transformaciones políticas, socioeconómicas y culturales que darían paso a la contemporaneidad. Pero ¿partieron de la nada estos filósofos?, ¿fueron los ilustrados quienes marcaron un antes y un después en el pensamiento de Occidente?, o ¿hubo precursores que levantaron su voz una centuria antes para tratar de otorgar el papel que por derecho tenía la razón, dando resplandor a la conciencia individual? Si escuchamos el desesperado lamento de Uriel da Costa apelando por un «corazón comprensivo» en las sinagogas de Amsterdam, refugio del exilio sefardí, si rememoramos las asambleas sin pastor de los colegiantes y nos dejamos llevar por las razonadas argumentaciones en favor del librepensamiento, coincidiremos en que la Europa que conoció las Luces cimentó su templo a la razón sobre las proclamas que, una centuria antes, habían lanzado en favor de la tolerancia los cristianos sin iglesia, los judíos sin sinagoga, los deístas británicos y los libertinos franceses e italianos.