El primer encuentro entre el escritor Jacques Lacarrière y Grecia se produjo en 1947, durante la turbulenta guerra civil que sacudió el país del Egeo. Nacía una relación apasionada que Jacques Lacarrière mantuvo durante el resto de su vida. En sucesivos viajes el escritor visitó los monasterios del monte Atos, conoció a monjes y anacoretas, gozó de la hospitalidad de Creta, observó la plata de los olivos desde Delfos, residió en pequeñas islas y recorrió un Peloponeso donde cada pueblo se mantenía todavía como un universo esférico, cerrado y total. Jacques Lacarrière vertió todas estas memorias en Verano griego con la misma libertad que gobernaba sus viajes. Las cuenta por el placer de contar. Su sólida erudición, en vez de ahogar, alimenta, aviva su capacidad de sorpresa ante gestos, cocinas y palabras. En el momento de su publicación en Francia, el libro fue recibido con un éxito rotundo.