Durante el periodo jacobino, el sistema métrico se convirtió en objeto de orgullo nacional para la Francia revolucionaria, por constituir un don perfecto ofrecido a «todos los pueblos y todas las épocas». Hasta entonces, cualquier medida, incluso las que tenían la misma denominación -pie, arroba, codo...-, refería a distintos tamaños según el lugar y objeto de medición. El metro debía ser universal, el patrón con el que cualquier cosa debía ser medida, y, al igual que la libertad, fue llevado a todo el mundo en las puntas de las bayonetas, ya que la capacidad de conferir obligatoriedad a las medidas está ligada al poder. Las medidas y los hombres marca los hitos de la historia de los sistemas de medición, de los vínculos de éstos con el todo social del que surgen -y en cuyo marco adquieren sentido-. Toda medida, en tanto convención, ha de ser contemplada como expresión de las relaciones entre los hombres y, por ello, es fuente de conocimiento del campo de batalla donde se dirime la lucha entre los intereses de los campesinos y los señores, y de las asociaciones entre países y civilizaciones. La progresiva unificación metrológica a lo largo de los tiempos es indicativa de uno de los procesos históricos más importantes: el proceso de unificación de la humanidad bajo un mismo patrón.