«[...] Existió durante todo el proceso un temor latente a un repentino contratiempo que nos echara todo a perder, pero afortunadamente todo salió a pedir de boca. [...] En Canarias hice el reparto necesario con el que me había comprometido. La sonrisa estaba en todos los rostros. No obstante, y a pesar del éxito de la primera operación, quiero hacer constar que me sentía un irresponsable mayúsculo porque, y de ello estoy convencido, en el fondo de toda esta actuación no tenía otro motivo que satisfacer el centro de mi ego, demostrando que era capaz de lo distinto, tanto a los que compartían conmigo vivencias profesionales como a los que tenían capacidad represora abusiva, como por ejemplo el teniente Turi, dueño y señor de la aduana portuaria. [...] Aquel hombre medio hundido no me transmitió, a pesar de su evidente desánimo, ningún remordimiento, para ello no tenía más que recordar el monólogo con el que me sorprendió cuando el magnificado asunto de los encendedores [...]».