Cristian miraba al vacío desde la azotea de su edificio. Nadielo observaba, aunque sabía que sería cuestión de tiempoque alguien intentase empujarlo o quién sabe si salvarlo. Losúltimos días habían sido demasiado confusos como para recordarqué había sido exactamente lo que lo había llevado hastaallí. Sus pensamientos estaban aún por aflorar. De momentosolo contemplaba la maraña de antenas y chimeneas que poblabanla sucia atmósfera de la ciudad. Permaneció inmóvildelante del muro de metro veinte que lo separaba de la nada.No podía, no debía pensar en nada, los acontecimientos seprecipitarían ante el menor indicio de cuáles eran sus intenciones.Las dudas comenzaron a acosarlo, tal vez se tratarade imaginaciones suyas, tal vez se hubiera vuelto loco, puedeque simplemente hubiera perdido la cabeza, pero aún en esecaso estaría en el lugar idóneo, nadie en su sano juicio querríaseguir viviendo si fuera consciente de su propia locura.