La Ley de la Memoria Histórica (LMH) ha generado medio millón de nuevos españoles de origen. Este es el lado más luminoso de la norma, aunque sea el menos conocido. Y, por el camino, se han quedado otros trescientos mil, que pidieron cita en los consulados, pero que no llegaron a depositar su solicitud de nacionalidad. En total se han presentado 503.000 expedientes y se han dado 817.000 citas a lo largo de los tres años que ha durado la oportunidad.
Esa es la dimensión demográfica de la migración de la memoria histórica. Piense el lector que quinientos mil nacionales es el equivalente a los nacidos durante un año en España. De modo que conforman una generación que es la huella que han dejado tras de sí los emigrados y exiliados. Esta generación de españoles, no ha nacido aquí, pero sí que lo hicieron sus ancestros. Son el eco de aquellos nativos que no se resignaron ni a la pobreza ni a la falta de libertad. Todos ellos, que hasta ahora sólo eran cubanos, argentinos, mexicanos o venezolanos, se han hecho también españoles de origen sin perder su anterior nacionalidad...
En otras palabras esta Ley nos ha situado de lleno en la memoria de la migración española y no únicamente en la del exilio. Su onda expansiva se extiende por cuatro generaciones, aunque sean dos (hijos y nietos) las que ha presentado sus credenciales en mayor número. Pero los abuelos y los bisnietos se han visto tocados por esta experiencia de nacionalización masiva... De esas cuentas y de las cuitas, esperanzas y expectativas que aparecen en las entrevistas realizadas a un ramillete de descendientes de españoles que solicitan la nacionalidad de origen vamos a ocuparnos en este libro.