Muchas veces la lingüística es presentada como una ciencia natural más; se postula que los hablantes están gobernados por un «instinto lingüístico ciego» y que su comportamiento puede ser descrito en términos físico-biológicos. Frente a esta postura, Esa Itkonen llama la atención sobre la normatividad del lenguaje y sus múltiples consecuencias para el estatus epistemológico de la lingüística. Las normas son entidades inherentemente sociales; pueden ser violadas por actos de libre albedrío; son accesibles a la intuición consciente, un tipo de «conocimiento de agente», relacionado con la empatía, que termina por revelarse como elemento nuclear de la explicación racional, muy distinta a la clase de explicación manejada por las ciencias naturales. Así pues, el hecho de que lo normativo constituye un presupuesto ineluctable a la hora de emprender la investigación lingüística puede ser únicamente ignorado al precio de ofrecer una imagen distorsionada del objeto de estudio de la lingüística.