La obra poética del escritor y músico Fermín Higuera (Santa Cruz de Tenerife, 1961) , exige ser considerada en su conjunto como el desenvolvimiento de una poética personal que, iniciada en 1981 con La carne de las hojas, se ha ido ofreciendo en sucesivas entregas y con creciente autoconciencia en El idilio de los ausentes (1991), en Querella del dolor (1994), en Veba volant (1995) y El hijo del ir (1996). Como dijo con acierto la escritora Ruth Toledano, percibimos en el conjunto de estas obras ""la evolución de una voz... que se alimenta de su propio eco"", ""de su propia textualidad"", siendo el objeto de su búsqueda el conocimiento ""del ser en el deseo"" . Así, en El hijo del ir, vienen a confluir no sólo las preocupaciones intelectuales, existenciales y conceptuales que ya despuntaban en su primera obra, publicada a los diecinueve años, sino también la amplificación y la diversificación de un sistema poético que, partiendo de una reflexión crítica sobre el lenguaje y el legado poético heredado, buscaba fundarse y consolidarse persiguiendo no tanto la originalidad o el experimentalismo como su capacidad de expresar plenamente su individualidad creadora. Una individualidad creadora -hay que anotarlo ya- que desborda por su potencia imaginativa y verbal, así como por su autenticidad conceptual, los cauces actuales de la lírica, y que siente la imperiosa necesidad de construir la casa de su imaginación a la medida de su proyecto expresivo. Sin embargo, es la imperiosa necesidad de comunicación la que le hace entender la poesía como diálogo, aunque, como observaba Gadamer, ese diálogo poético parezca más bien un soliloquio, dada la ausencia empírica del lector, destinatario ausente y deseado del que el poeta desconoce el rostro, aunque presiente y reclama su concurrencia.