Las Guerras de Flandes y la leyenda negra forman parte de la memoria colectiva que ha nutrido la visión nacional, patriótica y tópica de la historia común entre España y los antiguos Países Bajos. En el coloquio se analizó la manera en que el teatro ha llevado a escena y recreado ambos argumentos entre los siglos XVI y XX.
Comedias como El Asalto de Mastrique, de Lope de Vega, o El sitio de Breda, de Calderón de la Barca, ofrecían al público de los corrales de comedias el relato dramatizado de las hazañas militares que alimentaban la reputación de la Monarquía Hispánica. Eran obras de aventuras destinadas a la evasión y a la exaltación nacional, católica o monárquica, de gran éxito en ciudades como Madrid que, por su condición de capital, estaba ávida de noticias procedentes del frente flamenco. Inculcaban las virtudes marciales del milites cristiano frente a las iniquidades y perfidias de los enemigos protestantes en una interpretación maniquea necesaria para el éxito y la instrumentación de este subgénero literario. Se nutrían del gusto por los relatos de asaltos, duelos, batallas, asedios y estratagemas, que llenaban las páginas de los impresos vendidos en plazas y librerías. Estos episodios fueron adaptados a otras versiones contemporáneas por dramaturgos como Eduardo Marquina o Alfonso Sastre.
Otro argumento histórico escogido por escritores, dramaturgos y compositores europeos es la imagen de Carlos V y de Felipe II como monarcas ambiciosos, despóticos e inflexibles, difundida por la leyenda negra. Dicha imagen ha alcanzado una proyección universal recreada por las obras románticas y liberales de los siglos XVIII y XIX, y se convirtió en un componente esencial de la interpretación nacional de las guerras de Flandes con la huella dejada por la represión de los tercios del duque de Alba, el tribunal de la sangre, la abusiva imposición del diezmo, la intolerancia inquisitorial o la furia española en Amberes. Estos temas reaparecen en el siglo XX. Buena parte de la producción teatral del escritor belga Michel de Ghelderode (1898-1962), inspirada en esa visión heredada, es un claro ejemplo y ofrece una reinterpretación personal de los mitos nacionales belgas. Por eso, durante el coloquio y bajo la dirección de Alain Barsacq, se ofreció una lectura dramatizada de sus obras L¿Escurial (1928-1929) y Le Soleil se couche (1943).