Los politicólogos, en general, han tendido a considerar a todos los actores políticos organizados como grupos de interés, y por ese motivo han pasado por alto con benevolencia el papel que cumple la identidad grupal al definir y guiar a muchos grupos de trascendencia política que actúan en democracia. Sin embargo, es evidente que la teoría de la democracia y la política democrática no pueden darse el lujo de ignorar la influencia -positiva o negativa- que la identificación con un grupo ejerce sobre la vida de las personas: los grupos identitarios no representan sólo lo que la gente quiere; representan, sobre todo, lo que la gente es. Pero, ¿cómo afecta la existencia de estos grupos organizados a la teoría y a la práctica de la democracia? ¿Cuándo la nacionalidad, la raza, la religión, el género, la orientación sexual o cualquier otra identidad de grupo se convierten en motivos, suficientes o no, para la acción política democrática? ¿Qué grupos de identidad se debe fomentar y a cuáles se los debe desalentar? ¿Qué acciones fundadas en la identidad pueden promover u obstaculizar la justicia democrática? ¿Acaso algunos grupos identitarios minan el bien democrático común, y de ese modo pierden su propia legitimidad? En esta obra, Amy Gutmann, una de las más lúcidas pensadoras políticas contemporáneas, aborda las cuestiones fundamentales del debate político de nuestro tiempo, restituyendo a las discusiones una complejidad aparentemente perdida en la expresión de posiciones antagónicas y extremas. En su opinión, antes que intentar suprimir las políticas basadas en la identidad, pero también antes que estimularlas de modo irreflexivo, se trata de aprender a distinguir entre aquellas demandas de los grupos identitarios que contribuyen a una mayor justicia en la sociedad, y aquellas otras que la impiden.