En este libro se nos invita a penetrar en el gabinete del historiador y analizar sus herramientas conceptuales. Estos utensilios, dado el carácter narrativo de su actividad, no dejan de ser juicios. Son sentencias y formas del relato válidas y tenidas por verdaderas: el juicio estético o en primera persona, que reza que 'hay que revivir el acontecimiento'; el juicio teleológico que quiere ver fines por encima de aquéllos que atesoran los individuos particulares en el plazo que se les concede de sólo una vida, y, finalmente, el juicio moral, o juicio histórico por antonomasia, que ya reúne al fin las destrezas que se nos facilitan con los dos anteriores, y acaba pertrechando al profesional con todo lo necesario para el desarrollo de su actividad. Así, los individuos en la Historia fueron libres, y, como consecuencia, pueden ser juzgados moralmente por el peso de sus acciones. Ahora bien ¿Siguen siendo todas y cada una de estas herramientas de alguna utilidad? Se acomete aquí en esta primera navegación la tarea crítica de analizar la última clase de juicios, preguntándose ante todo por lo que diferenciaría al ámbito ético del estrictamente histórico. Aquí se mantiene que un enjuiciamiento moral en los confines del saber histórico no sólo sería innecesario, sino incluso impracticable.