El nacimiento de la categoría de lo sublime supuso una auténtica revolución en el siglo XVIII y confirió al Romanticismo una dimensión estética de la que, en gran medida, hoy seguimos siendo deudores. La Categoría de los bello, propia del clasicismo, se vió amenazada por una estética que rompía los marcos conceptuales prescritos y abogada por la escuridad, la falta de proporciones, la sombra y la experiencia del terror. Por todo esto, dicha categoría sedujo a los escritores del momento, que veían en la recién nacida sublimidad el descubrimiento de un nuevo mundo. En este sentido, la categoría de lo sublime desempeñará un papel fundamental en el nacimiento de la novela gótica; la noche, las tinieblas, se convirtieron en esapacios emblemáticos de una región donde las leyes imperantes no son ya las de la razón. La obra de Mary Shelley, Frankenstein, constituirá una magistral cristalización romántica de los motivos góticos y de su experiencia estética.