Los grandes místicos remiten a una experiencia particular de Dios que trasformó su vida. El suyo es un conocimiento experimental, no especulativo; no deductivo, sino inmediato; una unión personal con Dios en la que el sujeto percibe intensamente la presencia divina de manera intelectiva, afectiva y fruitiva. Esta acción de Dios llega tan a las raíces de su ser que trastoca el ejercicio de sus funciones normales y puede conllevar sentimientos de felicidad extrema o de extremo dolor y amor. El cristianismo se ha referido siempre a la palabra de los profetas y a la historia de Jesús, no a experiencia extraordinaria alguna. En el siglo XVI, en un sentido, y en el siglo XX, en otro, ha aparecido sin embargo el concepto de experiencia como igualmente esencial a la fe y, con ello, la mística ha vivido un renacimiento. Este libro pregunta si Jesús era un místico y cómo une el cristianismo obediencia a la palabra de Dios y experiencia del hombre. Al estudiar el lugar de la mística en la historia de Occidente y su redescubrimiento en el siglo XX, analiza las distintas formas de experiencia mística y la relación entre mística y filosofía.