El mito nos dice: se hallan sometidos al padre brutal; un día, sin embargo, lo matan y lo devoran. Ahora bien: el resultado de esta acción no es, paradójicamente, otro que la restauración de la prohibición, bajo la forma infinitamente más sólida de la autolimitación, de la interiorización de la ley, es decir, de la emergencia de la ley propiamente dicha, pues lo que separa la sumisión de la leyes que ésta se halla interiorizada por quien de ella es sujeto. El acto criminal y su correlativo arrepentimiento se encuentra -nos dice Freud- en el origen de la religión, de las organizaciones sociales, pero también -y sobre todo- de las restricciones morales: "y el padre muerto adquirió un poder mucho mayor del que había poseído en vida". Primacía del padre... muerto, o sea, erección de la ley como barrera que escinde lo natural de lo humano y que permite la interpretación de lo primero a partir de lo segundo. Tal escisión es el origen del mundo, si mundo ha de ser un concepto racional y no una representación mítica. Comprometido por la repetición transferencial de sus pacientes en el drama mediante el cual emergió el sujeto como fruto de la ley, Freud viene a ser partícipe, además de espectador, de la dialéctica forjadora del mundo. Lo que a él se revela entonces es la articulación del mundo en torno a un primer objeto: objeto irresolublemente perdido pero encubierto bajo forma de objeto presente y ahí buscado. Impasse existencial, cuya ilustración paradigmática es la figura -por Freud analizada- de la melancolía.