El lunes 16 de julio de 1212, en un paraje de Sierra Morena, las Navas de Tolosa, un ejército cruzado dirigido por el rey de Castilla,Alfonso VIII, y en el que figuraban otros dos reyes hispanos, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, al frente de los contingentesreclutados en sus respectivos reinos, las huestes de las órdenesmilitares de Santiago, Calatrava, el Temple y el Hospital, así comomultitud de voluntarios leoneses y portugueses, pero sobre todo milesde cruzados «ultramontanos», buscó batalla contra un ejército musulmán reunido para darguerra al infiel por el califa almohade Muhammad al-Násir, príncipe de los creyentes. «Nunca tantas y tales armas de hierro se habían vistoen las Españas», escribió el coetáneo canciller castellano Juan deSoria. Lanzas y espadas se trabaron, sangre y sudor empaparongambesones y cotas de malla, relinchos y gemidos de agonía resonaronen los riscos, en aquel tórrido día, hasta que la furiosa carga de lazagacristiana decidió la jornada, arrasando el palenque almohade yquebrando a la guardia negra que, encadenada, defendía la tienda delMiramolín.Finalizaba una batalla que ha sido considerada como un hito decisivoen la expansión territorial castellana, que marcaría el definitivoretroceso de al-Ándalus, punto de inflexión en las relaciones entremusulmanes y cristianos en la península ibérica. Un enfrentamientoexcepcional, pero que Francisco García Fitz, medievalista señero y,sin duda, el mejor conocedor de las Navas, analiza más allá del meroprisma militar, para explicarlo dentro del marco general de la época,integrando además losaspectos políticos, materiales, sociales e ideológicos.Este libro, pues, no solo escruta al detalle el crucial choque losobjetivos de cada contendiente, las tácticas empleadas, susconsecuencias políticas y territoriales, sino que también estudia losrecursos bélicos, institucionales, organizativos e ideológicos puestos en liza, para explicarlo dentro del tablero estratégico peninsular yde su contexto histórico.Los cronistas cristianos no dudaron en presentar la firme voluntad deAlfonso VIII de enfrentarse en campo abierto al califa almohade comoanhelo de venganza por su derrota en Alarcos, su manera de castigar aquienes le habían derrotado dieciséisaños atrás. Y los cronistas árabes llamaron al choque la batalla deAl-Iqb, una de cuyas posibles traducciones sería, precisamente, «labatalla del castigo». Si en el ámbito cristiano la carga de los tresreyes resonó como heraldo que anunciaba la derrota definitiva delislam, la batalla fue considerada por los musulmanes como la «causa de la ruina de alÁndalus ». Todavía hoy, en las páginas de este libro,seguimos escuchando los ecos de las Navas.