Hace unos quinientos años, un sacerdote aragonés, llegado a Roma, José de Calasanz, descubre la vida miserable de los niños pobres del barrio del Trastevere, y decide dedicar su vida a conseguir enseñanza gratuita para ellos. Quinientos años después, uno de sus hijos, otro escolapio, Alejandro García-Durán, catalán, llega a México y tiene una experiencia semejante. Ya hay educación gratuita, o casi, para todos; pero el número de excluidos por haber roto con sus familias rotas, el número de callejeros, es elevado. Y decide dedicar su vida a conseguir reintegrarlos a la corriente principal de la sociedad. Hay que conseguir que se valoren a sí mismos, que reconozcan su propio potencial, que miren a gusto su cara en el espejo. Todos los educadores conocen la dificultad de esa tarea. Pero Chinchachoma (cabeza pelada, calvo) no cederá nunca. Y los chavales reconocen ese esfuerzo. Una muchacha va años después a comunicarle un ascenso obtenido y enseñarle el coche que se acaba de comprar. Él sonríe y la felicita. Este libro explica ese esfuerzo y esa sonrisa.