El hombre es esclavo de mil creencias: cree que existe el día de mañana, y jamás se ha movido del aquí y ahora. Cree que existen los problemas personales, cuando todos los plantean y resuelven las circunstancias de la vida. Cree que hay algo así como lo conveniente e inconveniente, sin ver la agilidad con que lo malo deviene bueno y viceversa. Cree que existen realmente las ganancias y pérdidas, como si la muerte no existiera. En definitiva, cree devotamente en su persona, en el muerto, que lo esclavizará mientras viva entre ilusiones. Este es el diagnóstico que hace este ensayo. ¿Cabe una religiosidad que vaya contra toda creencia, que nazca allí donde el alma se ha librado de la imaginación y la esperanza? Para el autor, la auténtica religiosidad sólo puede ser el fruto de la extrema pobreza. El que haya tocado el fondo de sus desengaños y esté ansioso por iniciar la aventura de dar consigo en su cumplida desnudez, encontrará en este libro el aliento de muchos de los hombres que lo precedieron en el hallazgo de lo desconocido, de lo increíble, de lo inmediato, de lo enteramente nuevo y vivo.