Con frecuencia se nos exige pensar en el espacio como un simple medio, como una superficie que recorremos lo más rápido posible o sobre laque plantamos nuestros hogares. Pero el espacio, como lo siente Miguel Foronda, es más bien algo pegajoso, que nos atraviesa desde elnacimiento y no nos deja tranquilos en ningún momento del viaje. Locierto es que hay que tener valor, como lo tiene este libro, paraimaginarse en el mundo con todas las consecuencias de admitir quenunca partimos del todo de los lugares que nos inventaron. Nada delpaisaje nos es ajeno y somos parte de él desde la infancia, que estaobra recrea en su complejidad, con dulzura pero sin ingenua nostalgia, hasta el Brooklyn cotidiano del autor. Poeta puede traducirse aquípor «aquel que atiende», porque en su oficio observa el dolor y lashistorias de violencia que pueblan cada esquina, pero tambiénencuentra tiempo para registrar el gesto de amor, el chile más picante del mundo, las islas mínimas de Escocia. Todo ello nos ofrece Sihablo de mi casa con una generosidad innata y milagrosa, con un versolimpio y con una voluntad firme: voy me dirijo a vuestro encuentroestoy saliendono me desmorono