Eddie Coffin, profesor universitario y filósofo desencantado, depravado y borrachín, perseguido por la policía de su país por un asunto más bien hosco, llega a Francia, patria de Montaigne, pensador de su elección, y decide emplear sus conocimientos en tareas más lucrativas y aleccionadoras que «en el terreno, árido desde hace siglos, de la especulación filosófica». Se une, pues, a Hubert, un tipo que por sus malas costumbres está realmente a su altura, para formar una banda de atracadores y vivir aventuras canallescas. En esta empresa le sirven tanto las ideas y los textos del pensamiento universal como la metralleta último modelo: «¡Por el Zeitgeist de tu madre, entréganos la pasta!», y el cajero, estupefacto, les entrega el dinero; «quería saltarle la tapa de los sesos, pero luego me puse a razonar y pensé: ¿qué le habría enseñado la experiencia?», y naturalmente no lo hizo. A los filósofos aspirantes a malhechores, Eddie y Hubert les aconsejan, sin embargo, no probarlo: «Ser deshonestos es muy duro», palabra de ladrón-filósofo?