Herederos de una promesa eternamente aplazada, los personajes principales de ambas obras, el mercader Antonio y el escritor Gustav Aschenbach, viven con la sensación de haber perdido algo muy valioso para ellos. La misteriosa tristeza de aquél y la perplejidad de éste esconden una impotencia para forjarse un espacio propio en el mundo. En El mercader de Venecia Shakespeare recurre al conflicto entre el mercader y el prestamista judío Shylock para establecer un antagonismo entre el modelo ideal de amor cristiano, basado en la autorrenuncia, y el contra modelo de odio y venganza, que encarna Shylock. Sin embargo, el conflicto religioso, lastrado por el antijudaísmo de la época, encubre la marginación que atormenta al Antonio, derivada de su oculto sentimiento homoerótico por Bassanio. En La muerte en Venecia más que la teoría nietzscheana de la fusión de lo apolíneo con lo dionisiaco en la que se inspiró Mann, serían las oscuras corrientes de la cultura germánica las que explicarían la transformación del exitoso escritor burgués en un artista iconoclasta, fascinado por la pasión prohibida y por la muerte a la que se abandonará en una Venecia sacudida por la peste.