La Blanca Paloma, burdel símbolo de una época anterior más esplendorosa, es objeto de expropiación por el Ayuntamiento. El funcionario encargado de llevarla a cabo, persona huraña, solitaria y con un aire de amargura que arrastra desde su infancia, se ve inserto, sin quererlo, en el misterio que envuelve tanto al edificio como a sus inquilinos. Tal es el nivel de encantamiento que le transmite el descubrimiento de ese mundo, que poco a poco va abandonando su rectitud y cumplimiento del deber para pasar a una lucha frontal contra el sistema, empeñado en desaparecer el inmueble, que por contra pertenece a una congregación de monjas. A su vez, el protagonista es atrapado por una fuerte atracción hacia la "madame" del local, que por una causa u otra suplanta en su imaginación a la madre que siempre deseó. Todo ello, el autor lo condimenta con toques de ironía, sarcasmo, tristeza y amargura sobre un lenguaje sagaz, fresco y directo de amable lectura.