En el curso del tiempo fueron consideradas como puerta de la ciudad, hito urbano, lugar de encuentro y, en un tono más poético, las llamaron también las nuevas catedrales de la edad contemporánea. Al margen de consideraciones simbólicas, las estaciones de ferrocarril fueron la gran aportación tipológica a la arquitectura del siglo XIX que ha perdurado con muy pocas alteraciones durante cerca de ciento cincuenta años.