Matías Malanda llega a una comarca extraña para él, con un trabajo oficial debajo del brazo: se supone que debe reunir cierto tipo de biografías, encontrar a los habitantes que sean capaces de contarle aquellos pasajes de las vidas, propias o ajenas, que ha ido a buscar. Sin embargo, parece que nada resulta ser lo que cree el lector, que Matías Malanda está más pendiente de unas enciclopedias que encuentra en las casas donde, en teoría, solamente debería realizar las grabaciones. Algo encuentra que parece más importante que lo demás... A esto se le añade que el protagonista se hospeda en una pensión que, a pesar de hallarse a cientos de kilómetros de su casa, lleva su mismo nombre... Al fin y al cabo, estas páginas se convierten desde el primer segundo en un juego; Matías Malanda juega, con diccionarios, con serpientes, con su propio cerebro... casi todos los demás personajes juegan... Incluso el narrador juega, con el relato, con la literatura, con las vidas ajenas, con la manera de escribir... y, esperemos que, una vez se adentre en este excéntrico libro, el lector también intente jugar lo máximo posible...