Ignacio Serna, antiguo profesor universitario y director de una Fundación de estudios, decide renunciar a su brillante actividad ejecutiva para centrarse en la investigación de un asunto teórico que le inquieta y desazona: ¿cómo se ha ido formando y cómo se puede desatar lo que algunos historiadores de la filosofía denominan el nudo gordiano de la modernidad. En su búsqueda esforzada, y al ritmo que le va imponiendo una enfermedad que se hace cada vez más presente, a Ignacio se le va a ir patentizando que el hilo que nos conduce a la verdad y al rescate de un horizonte abierto y pleno de sentido pasa por el dolor, la renuncia y el fracaso, por la apertura al otro, a relaciones humanas comprometidas y significativas, muchas veces limitadoras de nuestro narcisismo y que nos ponen radicalmente en cuestión. Sócrates, el psicoanálisis y la hepatitis B; la comodidad, el poder y la búsqueda de la verdad; el interferón y la ascesis productiva; el dolor, el esfuerzo intelectual, la alegría de vivir y el afán de investigar las claves profundas de la realidad: todos estos ingredientes están presentes en un relato complejo en el que van haciendo aparición Winkelmann y Mengs, los estetas ilustrados españoles, Hegel mismo, no menos que Kant, y Sartre, y Heidegger y algunos otros pensadores decisivos. Las ideas y los ideales de cada uno de ellos intentan encontrar su arraigo y su perfil preciso, lejos de la falsedad académica, en las experiencias, muchas veces dolorosas, de sus vidas. Finalmente, mientras Ignacio se sumerge en la investigación histórica y filosófica con la premura de saberse incluido en lista de espera de trasplante hepático, la tensión narrativa se concentra en un descubrimiento sorprendente que proyecta una luz cenital sobre la obra de Hegel y, en cierto modo, sobre el sentido de toda elucubración filosófica: el desventurado destino y la muerte fatal de Ludwig, el hijo ilegítimo de Hegel, que ése tuvo con una pobre criada. A través de la dolorosa, casi insoportable, constatación de su trágica historia, el lector es arrastrado a traspasar el muro que separa la razón teórica y la práctica, la reflexión filosófica y la vida. Al fin y al cabo, en Gordion Alejandro Magno no desanudó la mítica lazada, la cortó con decisión.