Carlos Díaz basa esta obra en la fuerza del ejemplo como elemento clave de la educación en valores. Los niños se comportan de una u otra forma según sea el patrón de conducta de los mayores. Si un adulto es cordial, el pequeño aprenderá a serlo; por el contrario, si es insolente, ocurrirá lo mismo. Los niños son grandes observadores-imitadores y, desde su más tierna infancia, aprenden lo que perciben. Así, hacen lo que ven y repiten lo que oyen. Incluso los gestos, los movimientos de manos, las expresiones; todo lo que proviene del modelo adulto es copiado celosamente por el niño. En definitiva, el autor concluye que sólo los buenos comportamientos sirven como guía. En su opinión, la educación científica y moral del niño sólo será íntegra con el ejemplo positivo, concreto y personal de los padres y maestros. De ello depende el porvenir de los niños de hoy y de generaciones futuras.