En cierta ocasión intenté atravesar la parte trasera del armario ropero de mis padres». ¡Ésta fue una confesión embarazosa! Apenas acababa de pronunciar las palabras cuando me sentí curiosamente estúpido y vulnerable. La persona que recibió esta confesión íntima fue el ya desaparecido Roger Lancelyn Green. Yo estaba en la biblioteca de la casa donde vivía la familia de Roger: era una habitación con estantes donde figuraban los muchos libros que él había escrito sobre autores de obras infantiles, libros que se apretujaban junto a otros escritos por aquellos autores cuyas creaciones había analizado Roger: Lewis Carroll, J. M. Barrie, Andrew Lang y Rudyard Kipling, así como bastantes otros escritos por sus amigos, como J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis.
La confesión que le hice estuvo motivada por el hecho de haber leído la estilizada dedicatoria que Lewis incluyó en una primera edición de El león, la bruja y el armario, donde admitía que, sin el respaldo y el entusiasmo de Roger (en un momento en que el amigo más íntimo de Lewis, Tolkien, demostró no ser un crítico muy benevolente con las obras de éste), bien pudiera ser que Narnia no hubiera llegado a existir jamás.