Cecilia Domínguez (La Orotava -Tenerife-, 1948) comienza su trayectoria literaria en 1977, con el poemario Porque somos de barro. Un primer libro que no lo incluyó en la antología Poemas (1981-1992). La autora, cuando se le pregunta cuál ha sido la razón de haberlo excluido, confiesa que el poemario ""surge de una necesidad acuciante de expresar todo lo que, por aquel entonces, mi joven (¿será muy cursi decirlo?) corazón sentía en el pequeño y oscuro espacio - a pesar de momentos luminosos como el nacimiento de mis hijas- que me había asignado la vida, el destino o, quizá, yo misma"". La poeta declara a ese libro demasiado sincero y espontáneo; dos calificativos que, a su entender, cuestionaban el buen hacer del poema. ¿Por qué, entonces, sí aparece en esta antología de hoy? Pienso -responde Cecilia Domínguez- que he superado aquella especie de vanidad que me obligó a silenciarlo; o, a lo peor -continúa diciendo-, porque soy mucho más vanidosa, me decido a incluir algunos poemas en esta antología, como un punto de partida en el recorrido de mi obra poética. Pero - en mi opinión- Porque somos de barro es no sólo principio de camino; también es un área fundamental sobre la que cargará buena parte de la concepción poética que irá desplegando en los años venideros. Se siente que en ese poemario hay una voz que parece perdida, que se disuelve en el espacio, como si el tiempo fuera a devorarla; pero será voz que nace de nuevo, que vuela y tiene voluntad de permanencia, bien sea por la vía de una reverberación musical, bien porque esa voz anhela contener los paisajes que el ojo mira; contenerlos y perpetuarlos. Es como si le quisiese conceder a la vida lo que la vida pide: una voz que le dé cuerpo y profundidad y expansión; una voz que busque en el más allá de lo visto y de la mirada; una voz que palpe entre el barro los sentimientos que definen a los seres, los sentimientos que los seres son, los misterios que le llegan para colmar al ser de promesas y de visiones insólitas. Realidades nuevas por fin descubiertas, en ese justísimo momento, en que la voz las tienta, las hace levantar y les da vida. Poemas órficos los de Cecilia Domínguez. Revelaciones que se dan en un ser, constructor de un universo en el que habitar siquiera por un instante; en ese instante preciso que va de la nada hasta el ir naciendo del poema. Revelación del pulso de la sangre como origen de los latidos de un mundo que, con anterioridad a la voz poética, o no estaba, o dormía. Esa correspondencia de sujeto y naturaleza será uno de los signos poéticos de la autora. Es una relación del yo con las cosas; y se busca ese punto de encuentro porque en tal comunión se halla la plenitud. Y se siente lo pleno a pesar de tener un punto de partida marcado con las sombras de la ausencia y de la soledad. Ausencia de alguien que no tuvo ida porque no es real, porque es sólo imagen de lo que se espera; imagen de sentimiento o de idea. Ansia de regresos ideales: regreso de amanecer, de vida nueva, de vida que junte los labios del amante con el amante que espera. Y esa espera crea una intemporalidad. Será un tiempo que no podrá medirlo las circunstancias. Un tiempo poseedor de la facultad de crear espacios nuevos que la realidad no concede. Porque únicamente puede contenerlo el espacio poético. Son momentos fuera del tiempo, esenciales pero fuertemente pegados a los deseos de la carne.