El "descubrimiento" de Dobychin en la década de los años noventa del pasado siglo veinte, supuso un revulsivo para la literatura rusa. Autor maldito, prohibido por el régimen estalinista, la obra de Dobychin había sido borrada de la historia de la literatura del país. Hasta entonces sus libros habían circulado únicamente en ediciones piratas, e incluso mecanografíados, entre un selecto grupo de autores y de intelectuales. Existen pocos autores que, con una obra tan breve, hayan ejercido una influencia tan relevante en la última generación de escritores rusos (Sorokin, Yeroféiev, Pópov...). Autor de un puñado de cuentos y de esta única novela, LA CIUDAD DE N, Dobychin despliega una inaudita capacidad de concreción en la descripción de una sociedad de provincias rusas en la convulsa época revolucionaria. La novela, a modo de tapiz puntillista, logra evocar con un puñado de detalles en apariencia superficiales las complejas interacciones humanas que rodean la vida del protagonista, un niño que, en el transcurso de la misma, se convierte en un joven, y que es testigo de los profundos cambios que unos hechos en apariencia desconectados de su vida poseen para él y los que le rodean. Novela famosa por la ambigüedad con la que se enfrenta a los hechos políticos que retrata, observándolos de lejos, pero logrando a la vez convertirlos en su principal tema, su estilo ha sido comparado con los de Nabókov o incluso Proust. La actual traducción, de Inés Goñi Alonso, logra mantener el grado exacto de precisión, ambigüedad y concreción que precisa el estilo del autor. Una novela cuya tardía influencia en la literatura rusa actual resulta incalculable.