La literatura, el oficio de escribir, jamás se ha mostrado ajeno al viaje, entendido éste como travesía de la memoria y la imaginación, concebido también para ir al encuentro de realidades buscadas. Comprenderlo como metáfora, interpretar su riqueza mítico-poética, oscila entre el viaje estático y el viaje dinámico al que obliga la distancia. Ha nutrido a la narrativa, porque desde la Iliada hasta Ébano -de Ryszard Kapuscinski-, pasando por Moby Dick, El corazón de las tinieblas, Viaje al centro de la noche, Los siete mensajeros, Crónicas marcianas o Nocturno hindú, todo un fecundo con-junto de escritores se ha afanado en buscar un objetivo. Pluralidad de intenciones, luego plasmadas en cuentos y novelas, patentiza a través de sus obras la legitimidad de hombres y mujeres que idean caminar por un desafío concretado en hacerlo justo en pleno filo de la navaja. Entonces, el abismo del itinerario transcurre materialmente en el hilo conductor de un folio tras otro, y el propósito señalado se manifiesta en el hallazgo mediante las palabras. El viaje no tiene por qué ser necesariamente exterior, puede serlo como pretexto, pero abundan viajes interiores no sólo consistentes en desplegar mapas y abrir portulanos, y es entonces cuando se intenta acceder a la compleja condición humana. Un recorrido de tales características conduce al encuentro con personas que habitan diferentes geografías; en éste caso, escritores de distintas orillas. Es así como durante numerosos e intensos meses fue forjándose, a través de una incesante labor, el posibilitar la coexistencia literaria de veintiséis hacedores narrativos de Canarias y Portugal, considerando, además, la ascendencia lusa en la historia del Archipiélago, y que las ficciones de tales autores, canarios y portugueses, fueran debidamente conocidas sobre todo por los lectores, sin olvidar a la crítica.