La memoria del pasado está poblado de personajes a los que se admira o de denuesta, sin que podamos precisar nunca con absoluta nitidez en qué medida los brillos y las sombras que los rodean han sido exagerados por la lente deformadora del recuerdo. Entre los villanos, ocupa Diocleciano un lugar tradicionalmente destacado, casi parangonable con el de Nerón. Seguramente la doble inquina, la religiosa y la política, ha impedido que Diocleciano tuviese un papel más destacado en el arte y la literatura del Renacimiento y el Barroco, tan proclives a fantasear sobre los grandes personajes de la Antigüedad. Sin embargo, los romanistas conocen bien la importancia que tiene la producción jurídica de este emperador, tradicionalmente "maldito". El nivel técnico de las constituciones dioclecianeas es muy elevado y sus redactores no sólo hacen gala de un elevado dominio de los conceptos jurídicos, sino también de una considerable dosis de pragmatismo, porque, en muchas ocasiones, introdujeron retoques en las soluciones clásicas, que, son alterar substancialmente su tradicional estructura, mejoraban la eficacia de su aplicación.